HABLEMOS DE FUTBOL
Pbro. Rigoberto Beltrán Vargas, Colaborador del Periódico Digital “El Ciudadano”
La violencia no es producto de Dios. Él es vida y su intención es comunicarla; de tal forma que su proyecto no debe ser identificado de forma contraria. Cuando el ser humano se aleja de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, comunidad de vida, también toma distancia de Dios, asume y produce violencia.
Las manifestaciones de esta propuesta de muerte se disparan en todas las direcciones de la vida humana y la deshumanizan, la pervierten. Las causas, las expresiones, los factores que se amasan dan idea cercana a la identidad, ramaje, raíces y fruto de este mega fenómeno mundial. Así en la economía se dan elementos que contribuyen a la existencia de la violencia. Hechos como la desigualdad, la exclusión social, pobreza, desempleo, discriminación, migración forzada, son algunos de sus productos.
La globalización ha fortalecido la economía de mercado y esta ha aumentado la dificultad de resolver los problemas sociales. En síntesis, podemos afirmar que se ha agudizado la violencia social en sus diversas manifestaciones: políticas, étnicas, educativas, religiosas y ahora hasta futboleras.
En 2006 durante la Copa Mundial de Futbol en Alemania, el líder del fascista Frente Nacional de Francia, Jean Marie Le Pen, expresó desconfianza en la selección de su país porque en ella había “muchos jugadores de color”. Le Pen no se enteró de que en 1998, Francia fue campeón del mundo y lo hizo precisamente con una escuadra que contó con jugadores de raíces en los cinco continentes. El mejor goleador, Just Fontaine, hizo 13 goles en el lejano mundial de Suecia en 1958. Él era Francés, pero nació en Marruecos. Sabemos que las copas mundiales de 1934 y 1938 fueron ganadas por Italia, nación que convirtió ambos torneos en asunto de Estado para “demostrar” la superioridad competitiva del fascismo.
El equipo campeón que se tornó en orgullo de la italianidad fascista tenia a más de la mitad de sus jugadores titulares compuesta por “extranjeros”. Pero, no todo es violencia.
Si hay palabras que puedan definir las selecciones de Croacia y Marruecos en el Mundial de Qatar 2022 son las de arrojo y perseverancia. En poco más de 30 años los croatas se repusieron a las heridas de la guerra, llegaron a una final mundialista y ahora en Qatar, comandados por un incansable Luka Modric, celebraron su segundo tercer puesto en una copa, mientras los marroquíes también se van entre palmas al formar la mejor participación de un equipo africano. Walid Regragi, seleccionador de Marruecos: “es una derrota amarga, pero merecida. Vimos un equipo que no se rindió. Recordaremos muchos partidos, volveremos más fuertes. Unimos a nuestro país durante un mes, todos estaban felices”. “Algo que me emociona es ver las fotos de los niños, los hicimos soñar”, apuntó.
Esta es la tercera copa que gana Argentina, una en 1978, en plena dictadura militar y otra en 1986 muy festejada porque venció a Inglaterra en semifinales y a la que reclama la posesión colonial del archipiélago de las Islas Malvinas en el Atlántico Sur, donde después de la guerra de 1982, Reino Unido continua desconociendo las resoluciones de la ONU y ha instalado una estratégica base naval que hoy está bajo el control de la OTAN.
Hoy ganaron aquellos que simbolizan la diferencia, los representantes de un pueblo con el que pueden identificarse otros pueblos; en este triunfo de Argentina puede identificarse toda América Latina.
El triunfo de Argentina representa a todo el continente americano
Lionel Messi logró su primera copa en un mundial de futbol