INSENSATÉS DE LA VIOLENCIA
Pbro. Rigoberto Beltran Vargas, Colaborador del Periódico Digital “El Ciudadano”.
Lo que no debería pasar pasó. Vladimir Putin invadió Ucrania la mañana del 24 de febrero. Antes, el lunes anterior el presidente de Rusia firmó un decreto por el que reconoce la independencia de las repúblicas populares de Doniestsk y de Lugansk, además de ordenar el regreso de tropas rusas a esos territorios en “misión de mantenimiento de paz”.
El martes, funcionarios rusos aclaraban que el reconocimiento abarca la totalidad de las regiones homónimas ucranianas, aunque los grupos separatistas prorusos únicamente controlan la tercera parte de las zonas, cuya soberanía se adjudican. Adicionalmente Putin solicitó y obtuvo del parlamento la autorización para utilizar la fuerza militar fuera del país.
Washington, la Unión Europea y Londres reaccionaron con la imposición de una serie de sanciones contra empresas y ciudadanos rusos. El bloque europeo decidió congelar los activos y prohibir la entrada al espacio comunitario a todos los miembros del parlamento ruso. Y así, mientras el presidente de Rusia anunció la madrugada del jueves el inicio de una “operación militar especial” en las regiones de Doniestsk y de Lugansk, en el este de Ucrania; el presidente de Estados Unidos por su parte realizó nuevas sanciones contra integrantes de las élites rusas y sus familiares, además de un control de las exportaciones. Las acciones de ambas partes subieron de color.
Ya el lunes, aunque se habló de un diálogo entre los presidentes de Rusia y de Ucrania, se hizo saber de un reporte donde se contabilizaron 198 ucranianos muertos y 1115 heridos, entre ellos 33 niños. El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) estimó que más de 150 mil refugiados han abandonado Ucrania ante la incursión rusa, la mitad de ellos con destino a Polonia, muchos a Hungría y Rumania. La primera dificultad para enfocar estos acontecimientos es que, como dice el conocido aforismo, cuando se declara la primera baja es la verdad. En efecto, no solo asistimos a una extrema ideologización y parcialidad en la interpretación de los hechos, sino que las mentiras y los sesgos característicos de los tiempos bélicos se ven potenciados en las redes sociales y llevan a una interpretación fuera de todo control.
Un factor de entendimiento que puede ponerse por encima de la enfermedad causada por la conformación sin ton ni son, es la génesis histórica del conflicto. Este hunde sus raíces en la compleja relación ancestral entre rusos y ucranios desde la fundación de la Rus de Kiev en la alta edad media, y se complica con el desarrollo de la revolución rusa en 1917, los brutales reordenamientos territoriales y demográficos efectuados bajo el puño de Stalin en el segundo cuarto del siglo XX, la disolución de la Unión Soviética en 1991 y todas las complicaciones no resueltas de este terremoto geopolítico, entre las que ocupa un lugar primordial la preocupación de Rusia por la seguridad de sus fronteras y por los grupos étnicos rusos que quedaron en varias exrepúblicas soviéticas.
En este drama, Occidente dio la espalda a cualquier papel constructivo y se empeñó en utilizar la transitoria debilidad rusa para crear un mundo unipolar regido por Washington, para lo cual transgredió sistemáticamente el compromiso de no expandir hacia el este el manto militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). En una prolongación de la guerra fría, Occidente se empeñó en instalar en Kiev un gobierno Rusófobo, con lo cual dio pie a la rebelión de las regiones de mayoría rusa y gestó una suerte de guerra civil que sirvió de caldo de cultivo para el fortalecimiento de grupos ultranacionalistas e incluso neonazis que han permeado a las instituciones Ucranias.
Como se ve, es necesario poner sobre la mesa todos los elementos y no solo los que convienen a los gobiernos occidentales, pues poco contribuye a la comprensión la perspectiva según la cual, el Presidente Putin y su gobierno se mueven por mera ambición y maldad. Sin dejar de lado la condena al recurso de la violencia militar por parte de Moscú, debe evitarse caer en el maniqueísmo y ponderar las motivaciones que explican el conflicto.
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